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Iglesia y Masonería Las dos ciudades

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 Recientemente el diario La Razón ha publicado un artículo sobre Iglesia y Masonería. Para leer el texto pinche aquí.

Iglesia y Masonería

La Masonería nació el 24 de junio de 1717 en una taberna londinense, situada junto a la catedral de San Pablo, entonces en construcción. Era el resultado de la unión de cuatro logias o sociedades secretas operativas contra los Estuardo, que dieron origen a la Gran Logia de Londres, más tarde Gran Logia de Inglaterra; un frondoso árbol, lleno de ramas con matices diferentes en ciertos casos, que nos llevan siempre al mismo origen. No habían pasado más que veintiún años desde el nacimiento de la Masonería cuando el papa Clemente XII la condenó en 1738. La historia de estos casi tres siglos, como cuenta Alberto Bárcena, es el de la incompatibilidad entre la Iglesia Católica y la Masonería, resumida en estas palabras de San Agustín: “Dos amores edificaron dos ciudades: el amor a sí mismo hasta el desprecio de Dios edificó la ciudad terrena; el amor de Dios hasta el desprecio de sí mismo, la celestial”.

 

 

Prólogo del libro escrito por el autor, Alberto Bárcena.

 Comprendí la necesidad de escribir este libro a raíz de impartir mi primer seminario sobre masonería en la Universitas Senioribvs CEU[1] a principios de 2011.[2] Respondía a la propuesta de su directora, recogiendo la petición de varios alumnos míos que habían reparado en el hecho de que su profesor, con cierta frecuencia, explicaba la Historia Contemporánea introduciendo la clave masónica. Había interés por su parte y también bastante confusión. No era extraño; el tema parece muy complejo al abordarlo, aunque estudiándolo puede simplificarse bastante; la confusión, ha sido creada por los masones deliberadamente: ya la observancia del secreto fue siempre un obstáculo para penetrar sus designios, rituales y creencias, pero además, también desde el principio, tuvo la secta interés en fomentar el desconcierto de los católicos haciéndoles creer que la incompatibilidad con la Iglesia estaba superada; carecía de justificación.

Dentro de la Universidad aquel seminario tuvo tal seguimiento que dos años más tarde la nueva directora me propuso repetirlo, volviendo a hacerlo en 2013[3] y también en 2015.[4] Yo entregaba a los alumnos matriculados una documentación que sirvió de base a muchas de las preguntas que realizaban al terminar cada sesión. Era una recopilación de textos donde figuraban citas de expertos y extractos —o documentos completos— de algunas de las condenas pontificias. La misma documentación que fui ampliando en años sucesivos, y puse a disposición de mis alumnos de las diferentes facultades de la Universidad CEU San Pablo. Comprobé que nada era tan clarificador como los documentos de los papas.

Y los romanos pontífices se han pronunciado a lo largo del tiempo sobre la masonería con inusual insistencia, demostrando conocerla en profundidad. León XIII, el padre de la doctrina social de la Iglesia, en su encíclica Humanum genus, de 1884, recuerda que varios de sus antecesores habían condenado a la secta, mencionando expresamente a Clemente XII, Benedicto XIV, Pío VII, León XII, Pío VIII, Gregorio XVI y Pío IX, quienes «por cierto repetidas veces, hablaron en el mismo sentido».[5] Y lo hacían siempre por la misma razón: tenían que confirmar las letras de los anteriores porque una y otra vez, tenazmente, el rumor del levantamiento de la condena volvía a extenderse interesadamente.

Comentaremos algunos de estos textos que se fueron publicando entre 1738 y 1884. ¡Siglo y medio de condenas clarísimas, de una contundencia impresionante! Ninguna de ellas hizo distingos en cuanto a ramas y obediencias masónicas: todas eran lo mismo; empezaban y terminaban en el mismo punto: la lucha contra la Iglesia católica; y no solo contra la institución sino también contra todo lo que representa y custodia. No han faltado masones —incluyendo algunos que practican una imposible doble pertenencia a la Iglesia y a la secta tan reiteradamente condenada—, que han querido interpretar ese cúmulo de pronunciamientos como resultado de una lucha “política” entre el papado y el estado italiano, levantado a costa de los Estados Pontificios, en un proceso de unificación que contó con la constante presencia masónica en el bando asaltante. Algo por tanto, según ellos, ya superado, al ponerse fin a la llamada «cuestión romana» en el siglo XX. Nada más incierto: Las primeras condenas surgen mucho antes de que nadie hubiera pensado siquiera en la unificación italiana —un siglo antes— y, además, continuaron produciéndose después: el ciclo se cierra, por ahora, con la Declaración Quaesitum est,[6] de la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe, de 1983, que lleva la firma de su cardenal prefecto; Joseph Ratzinger, convertido en bestia negra de la masonería de manera nada casual.

Había desmentido el rumor, ampliamente propagado por enésima vez, de que la pertenencia a la masonería ya no resultaba imposible para un católico: «…los fieles que se inscriban en asociaciones masónicas están en pecado grave y no pueden recibir la Santa Comunión…»,[7]concluía diciendo aquella Declaración; no era interpretable. Además, como veremos, el mismo cardenal publicaba un año más tarde un artículo sobre la cuestión, en L´Osservatore Romano, que tampoco dejaba lugar a dudas: «…la Congregación ha considerado su deber el dar a conocer el pensamiento auténtico de la Iglesia para poner en guardia a los católicos…».[8] Comentaremos el editorial del entonces futuro Papa en su lugar, pero valgan estas dos frases como exponente del categórico tono empleado.

No; no se trataba de una política más o menos acertada de la Santa Sede; tampoco de una fobia papal que se hubiera ido transmitiendo de generación en generación. Estas condenas pontificias contienen argumentos teológicos y filosóficos de tal importancia que no pueden ser desdeñadas a priori. Salvando los diferentes estilos de cada época, se reconoce detrás de ellas el riguroso análisis de los pontífices y sus colaboradores a la hora de redactarlas. Un trabajo fundamentado, como el resto de la doctrina de la Iglesia, en la fe, la razón y las ciencias auxiliares. Me propongo en esta obra dar a conocer lo principal de tales argumentaciones contrarias a la masonería; como también encuadrarlas en la historia de estos tres últimos siglos, marcados por una muy reconocible influencia masónica. No solamente en los acontecimientos históricos sino también en la evolución del pensamiento occidental. Con grave deterioro de le fe desde luego, pero también de la razón; los dos pilares que levantaron y mantuvieron la civilización a la que aun pertenecemos. Una civilización tambaleante hoy en día a causa, precisamente, de ese deterioro gravísimo de sus cimientos. No tendría que haber sido así, «No hay, pues, motivo de competitividad alguna entre la razón y la fe: una está dentro de la otra, y cada una tiene su propio espacio de realización».[9] Sin un agente externo, enemigo del verdadero progreso humano, no se comprende este suicidio colectivo, inducido desde el poder.

Termino con un apunte reciente: días antes de escribir este prólogo pronuncié una conferencia en la iglesia de San Martín de Tours, de Madrid,[10] con el mismo título que puse luego a este libro. Poco antes, el padre Pedro, organizador del acto, me pidió la máxima claridad dado que asistirían otros sacerdotes y no todos tenían muy claro cuál era la postura oficial de la Iglesia tras la promulgación del nuevo Código de Derecho Canónico; aunque viniese acompañado de la citada Declaración de Doctrina de la Fe. ¿Cómo puede ignorarlo un sacerdote católico? Otros, y más preminentes, sencillamente prefieren mirar hacia otro lado.

Tal es el caso reciente del cardenal Ravasi[11] que en febrero de 2016 publicaba un artículo a favor del diálogo entre la Iglesia y la masonería.[12] Además encontraba —y eso era lo peor— puntos de unión entre una y otra; con la argumentación más endeble, por no calificarla de manipuladora. No es posible que quien preside un Consejo pontificio desconozca toda la trayectoria, el presente y el pasado, de esta lucha entre las «dos ciudades» que vamos a seguir en estas páginas. Pero sobre todo es extraño que no sepa, o pretenda no saber, cuál es el trasfondo espiritual del pensamiento masónico: sus creencias y sus dogmas; lo que significan u ocultan sus rituales. Actualmente más que en 2011, cuando impartí aquel primer seminario sobre la masonería, considero urgente darla a conocer. Ante su campaña de «normalización», la confusión ha aumentado muy deprisa y, una vez más, está siendo utilizada por los de siempre y sus aliados. De la manera más interesada.

 


[1] Universidad de mayores del CEU, con sede en la madrileña calle Tutor (campus de Arguelles).

[2] La influencia masónica en la Edad Contemporánea, enero de 2011.

[3] Masonería, poder político e ingeniería social, febrero de 2013.

[4] Con el mismo título que el anterior.

[5] Carta Encíclica, Humanum genus, 4.

[6] Declaración sobre las Asociaciones Masónicas Quaesitum est, de la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe, de 26 de noviembre de 1983.

[7] Ibíd.

[8] “Reflexiones un año después de la Declaración de la Doctrina de la Fe. Incompatibilidad de la fe cristiana y la masonería”, L’Osservatore Romano, 20 de febrero de 1985.

[9] San Juan Pablo II, Carta Encíclica Fides et ratio, 17.

[10] Junio de 2016.

[11] Presidente del Consejo Pontificio de la Cultura.

[12] Ravasi, Gianfranco, “Cari fratelli massoni”, Il Sole 24 Ore, (La Chiesa & La Loggia), 14 de febrero de 2016, p. 29. 

El autor:

Alberto Bárcena (Madrid, 1955) es profesor, desde 2001, de la Universidad CEU San Pablo donde se doctoró con la tesis La redención de penas en el Valle de los Caídos. Imparte las asignaturas Historia y Sociedad y Doctrina Social de la Iglesia, además de las de Historia de las Civilizaciones e Historia de España, de la que fue coordinador. Dentro de la misma Universidad ha sido profesor de Historia Contemporánea Universal, en el master de liderazgo de la Escuela de Negocios. Desde 2010 es también profesor de la Universitas Senioribus CEU donde imparte Historia Moderna y Contemporánea Universal y de España. En esta misma editorial ha publicado Los presos del Valle de los Caídos, La Guerra de la Vendée. Una cruzada en la Revolución y La pérdida de España (Tomo I y II).